martes, 29 de julio de 2014

Correr, gritar y seguir corriendo. Sin volver la vista atrás, sin pensar en nada, sólo la brisa en la cara, la arena en los pies. Correr sin pensar en todo aquello que deja atrás, todo aquello que tanto le ha hecho sufrir, lo que le quitó su sonrisa, le robó las ganas de vivir y se llevó consigo toda su esperanza. Se quedó vacía, sin nada, sólo era un cuerpo gritando y corriendo por aquella solitaria playa.
Sus pies descalzon pisaban la espuma. Las pequeñas olas rozaban sus tobillos, sentía que el momento estaba cerca, que todo iba a acabar dentro de nada, ya solo quedaban unos metros y todo terminaría, su interior se fundiría con el mar, dejaría este mundo para siempre.
Siguió adentrándose en el agua oscura, iluminada con la luz de la luna llena. Ya le llegaba el agua a las rodillas y su vestido ya comenzaba a empaparse del salado del mar, ya quedaba muy poco para su momento.
Cuando el agua le rozaba el pecho supo que esa era la hora, dió un pequeño impulso con los pies y comenzó a nadar mar a dentro. Unos metros, unos seguntos, unos minutos, no sabe cuándo dejó de nadar, se dejó caer, voló a la libertad. 
Ya no habría más sentimientos ni más pesadillas. Ya por fin era libre, ya había dejado su cuerpo sin vida atrás, y con él todos los malos recuerdos, todos los sufrimientos, todos los miedos. Por fin podía volar, ser libre, sentir el aire... ahora si era ella misma.

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